De pequeño siempre estaba jugando en la calle porque mi ciudad aún no era ciudad. Mi casa estaba al pie de una montaña. Delante, había una extensión de huertos que, a derecha e izquierda, se extendían más allá de donde podían alcanzar mis ojos de niño. Y enfrente, el río de agua clara, dócil y de agradable frescor, aunque a veces había bajado furiosa y desbordada. Jugar entre el polvo de la calle o sobre la hojarasca de la arboleda eran los grandes placeres de mi infancia. Cuando llovía, leía cuentos y largos poemas de aventuras, de guerras interminables y de amores imposibles al calor del brasero. Y soñaba despierto. Nunca salí a jugar bajo la lluvia como Matilda y Clementina en el libro El globo rojo en la lluvia , de Liniers . Ellas esperaban el dia de fiesta para hacer muchas cosas como coger flores, por ejemplo. ¡Ah! y el sábado el desayuno es más bueno que los otros días porque sabe a fiesta. Habían pensado en salir a jugar, pero llovía. Las niñas no se desanimaron por el...
El blog de Rodolfo del Hoyo