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RESEÑA: EL DÍA ANTERIOR AL MOMENTO DE QUERERLE


Con Dora Julian, de la Llibreria Carrer Major de Santa Coloma de Gramenet

En una entrada anterior anunciaba la presentación del libro de poemas de Concha García, El día anterior al momento de quererle (Madrid, Calambur, 2013). Reproduzco ahora el texto que leí.

El día anterior al momento de quererle
Todos los libros, y especialmente los de poemas, tienen varias lecturas. Las varias que puso su autor, autora en este caso, y las varias que ponemos los lectores a partir de nuestra experiencia, porque la lectura es también una experiencia que nos pone el alma frente a un espejo invisible que a menudo nos devuelve nuestra mirada convertida en otra mirada.
Yo he leído el libro como un viaje, porque Concha es viajera, porque yo fui viajero, de otra manera, pero viajero. Y en los viajes siempre hay un sueño que nos empuja a seguir. Perseguimos el sueño, que casi nunca se consigue, pero en el camino,  o en la carretera, por aquello de los poetas de la beat generation que rodaban a la deriva o por los cantantes y músicos de los años setenta, para los que la carretera era un vértigo que cruzaba ciudades sin nombre y cuerpos sin nombre. En ese andar o rodar nos vamos descubriendo como quien se abre a un nuevo mundo. Y en los descansos miramos hacia atrás y vemos al que fuimos, que somos y no somos, y miramos hacia delante con las alforjas del pasado, que a veces quisiéramos dejar en la cuneta. El viaje es iniciático y El día anterior al momento de quererle lo es.
He leído un viaje físico porque “una semana antes había paseado / por los dédalos de una ciudad magrebí” o porque “Dudábamos entre ir al norte o / arribar a las inabarcables playas de guijarros” o porque “me desperté en Belalcázar / bajo la sombra / de dos árboles” o porque “Una mañana estás en París y dos / minutos más tarde atravesando la Pampa”.
He leído un viaje en el tiempo porque “sucede un instante / donde te ves saliendo de un portal / con quince años menos” o porque “el pasado no carece de una honda huella” o porque “aquellos son los años que nos quedan”.
He leído un viaje familiar porque “Unos seres que se repiten / en el tiempo” o porque “Una madre no tiene por qué / brillar sobre todas las cosas / ni con la misma intensidad / en cada uno de sus hijos” o porque “En la mecedora que no se balancea / el aroma de una abuela nos abraza”.
Pero todos esos viajes confluyen en un viaje interior. El poemario es un alto en el camino, una parada en el oasis para descubrir qué hay en los espejismos del alma. La escritura es “un tejido /que puntea la superficie de la tierra / es el cuerpo en el cual vivimos” “…y el mapa es el dibujo / de una parte de la totalidad”.
Al otro lado del estante había más público
La totalidad existe en cada instante eterno. En algunos poemas aparece el instante eterno, del que había hablado José Hierro, y aparece con una fuerza sobrecogedora, capaz de abrazar el infinito, como en el primer poema, que acaba con estos magníficos versos "Te pone la mano encima / el calor del mundo / que entra por tu frente / amplio como los campos / sin vallas ni árboles."
¿Y qué es lo que hay en ese viaje interior?
En el escrito de la solapa dice que el libro se “sostiene en la inminencia y, a la vez, en la memoria.” Pero inminencia y memoria no están separadas como dos conceptos independientes, sino que la memoria sirve para explicar el presente.
También alude en la solapa a “instantes en permanente movimiento”. Ya me había referido ante al instante eterno, aquel instante que atrapa el poema y que se nos grava de forma permanente conformando el yo. El yo está sometido a cambio, es un fluir constante. El día anterior al momento de quererle es un viaje existencial por diversos territorios ya sean geográficos, ya sean sobre la piel espiritual, que reflexiona sobre las transformaciones que afectan necesariamente las fibras más profundas del individuo, en este caso de la poeta. Nos encontramos ante la búsqueda de un yo anterior perdido, o que cree perdido,
o que tal vez solo existe en la imaginación, en el deseo, en el libro también hay deseo, un intento de comprensión de los cambios que este yo ha soportado a través de sus vivencia y sufrimientos, del encanto y del desencanto. “Como zahorí buscas el mensaje” o “Ya no soy aquella / que anotó por alguna razón / el verso de Montale, cuando / aquel tiempo era la vida que es luz azul / amarilla plateada, verde turquesa, /bienestar hondo.”
Hay también nostalgia, la nostalgia es el dolor por lo lejano, pero no solamente por lo que fue sino también por lo que pudo haber sido.
Hay poemas que son una explosión de felicidad en los que parece que el ser no tiene límites. “Anduvimos errantes sin casa y sin alas / teníamos la furia del ciclón”. Y en otros poemas se dibuja el desencanto “Buscamos los profundos enseres que perdimos / cuando tras el viaje nadie se responsabilizó de la maleta”.
Y están las vidas ajenas y las vidas de los antepasados proyectándose sobre la vida de la poeta que se transforma en “otros¨ y “otras”, para poderse explicar su existencia en el mundo.
La cotidianidad y los objetos aparecen continuamente porque tal vez son las líneas que trazan el mapa de nuestro territorio interior para abrirnos al mundo “Ordenas la cocina, retiras la basura, / pones la comida en el plato del gato / y sientes una enorme satisfacción / porque controlas todo ese espacio / que te permite visualizar la estancia / en el momento presente, y hasta / el pasado no carece de una honda huella / expandiéndose a través de todos esos / objetos cuyo significado tanto conocemos / porque representan estados de ánimo / en otros días y ciudades.”

Hay muchas cosas más en el libro. No puedo extenderme porque hay para hacer una tesis. Es un libro de una gran profundidad y de una variedad temática que obliga a varias lecturas separadas y a detenerse en cada tramo. Pero sí que diría, para finalizar, que el libro es un canto a la vida, al dejarse fluir para ser en plenitud y dejar de lado inconvenientes y convenciones “La filosofía / se ha apropiado de nuestras sensaciones / convirtiéndolas en conceptos” … “Para qué más poesía si nos tumbábamos / sobre la hamaca / que cubría nuestras necesidades.”

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